Estamos en temporada de carreras de dromedarios, divertimento ancestral de toda esta zona y muy del agrado de jeques y ciudadanos acaudalados. Los premios que se reparten son multimillonarios, normalmente en forma de coches de lujo, y los animales de primera clase pueden alcanzar cotizaciones de cientos de miles de dólares. Ni que decir tiene que tan lucrativo negocio ha dado lugar a asuntos tan sórdidos como el tráfico de niños de entre tres y ocho años para hacer de jinetes ligeros, venidos de Pakistán, Sudán, Mauritania o Bangla Desh. Desde 2002, al menos en los Emiratos y tras la intervención de la UNICEF en todo este asunto, los niños han sido sustituidos por robots, término bastante generoso para referirse a un muñecajo con un receptor de voz que activa un motor al que va acoplada una fusta para dar zurriagazos al animal. Más impresionante aún que la competición de los bichos es la recua de todoterrenos que los acompañan a ambos lados del circuito, cargados de VIPs que siguen la carrera, dueños de camellos, instructores activando con su transmisor la fusta, operadores de medios de comunicación o turistas que han pagado sus buenos dirhams para seguir el evento.